lunes, 2 de mayo de 2011

Sinuosidades de Ernesto Sábato , Juan Pablo Csipka

Contarle las costillas a Ernesto Sabato fue una costumbre de cierta intelectualidad, en especial tras su rol al frente de la CONADEP. Sin haber sido nunca un orgánico, salvo del PC en su juventud, el escritor no fue nunca fácil de clasificar y su obra, de cierta valía, pierde en varios aspectos frente a sus ilustres contemporáneos. No hay las cumbres existencialistas de Zama de Di Benedetto, por más que El túnel sea más popular; y los juegos metafísicos y fantásticos que bordean sus otras ficciones (Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador) son ampliamente superados por Silvina Ocampo, Borges y Cortázar. Sí un mundo de lo subterráneo (palpable en pasajes de Abaddón... y en el Informe sobre ciegos) que le dan su toque personal. Su literatura, discutible en ciertos parámetros, fue mensurada en términos cuantitativos: no se podía tener en cuenta a un autor que sólo había publicado tres novelas, separadas cada una por 13 años, y un puñado de ensayos (lo menos memorable de su producción). Con esa vara, Juan Rulfo no debiera ser considerado porque apenas escribió una novela y un volumen de cuentos.
Ya antes del éxito de Sobre héroes y tumbas, la polémica había envuelto a Sabato en relación al peronismo. Su antagonista fue Borges. De un lado, el gorila recalcitrante, del otro, el doctor en física que le buscaba el costado sociológico al mayor movimiento de masas de la historia argentina. Sabato, como prácticamente toda la intelectualidad, se había opuesto a Perón. Pero trató de dar otra interpretación en su opúsculo El otro rostro del peronismo, donde cuenta: “Aquella noche de septiembre de 1955, mientras doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi como las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados en lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escondía el pueblo argentino; en ese momento se me apareció en su forma más conmovedora. Pues, ¿qué más nítida caracterización del drama de nuestra Patria que aquella doble escena casi ejemplar? Muchos millones de desposeídos y de trabajadores derramaban lágrimas en aquellos instantes para ellos duros y sombríos. Grandes multitudes de compatriotas humildes estaban simbolizados en aquellas dos muchachas indígenas que lloraban en una cocina de Salta”. En su carta del 1º de febrero de 1960 al Che Guevara amplía: “Pensé por fin que los árboles nos habían impedido ver el bosque y que los afamados textos en que habíamos leído sobre revoluciones químicamente puras nos habían impedido ver con nuestros propios ojos una revolución sucia (como siempre son los movimientos históricos reales) que se desarrollaba tumultuosamente ante nosotros”.
Entre el breve ensayo sobre el decenio peronista y su correspondencia con el Che, Sabato tuvo su choque con Borges, que terminó de distanciarlo del grupo Sur, si bien no fue nunca un integrante del núcleo duro de la revista de Victoria Ocampo, un bastión antiperonista de la primera hora. “Dije en Montevideo, y ahora repito, que el régimen de Perón era abominable, que la revolución que lo derribó fue un acto de justicia y que el gobierno de esa revolución merece la amistad y la gratitud de todos los argentinos. Dije también que habái que despertar en el pueblo un sentimiento de vergüenza por los delitos que mancharon doce años de nuestra historia y denuncio a quienes indirecta o directamente vindican ese largo espacio de infamia", escribirá Borges en Sur. Responde Sabato en noviembre de 1956 en la revista Ficción: “Guarda con sostener que todos en alguna manera somos peronistas. Las cosas claras: de un lado el Mal, la masa obrera, la chusma, la roña, las alpargatas, eso que los persas llamaban Ahriman; del otro lado el Bien, los antiperonistas, Borges, eso que los persas llaman Ormuz”. Sabato recriminó a Borges su nula comprensión del fenómeno popular y que nada dijese sobre los años previos a Perón, acerca de los obreros y estudiantes que “sufrieron cárcel, tortura y muerte por levantarse contra la injusticia social o por la enajenación de la patria a consorcios extranjeros”.
En marzo del 57, Ficción publica la réplica de Borges, en la que este contesta las afirmaciones de Sabato sin nombrarlo en ninguna parte del texto. “El estilo de los textos del que habla es revelador. En un solo párrafo he subrayado las locuciones: pueblo insurecto, injusticia social, enajenación de la patria a los consorcios extranjeros y oligarquía. Inútil proseguir: el lector ya ha reconocido el dialecto, el vocabulario y casi la voz del Padre de los Pobres”, en alusión al propio Perón. Sabato pondrá la hilada final al contrapunto: “Para el autor de Ficciones hay que distinguir entre torturadores totalitarios y torturadores democráticos, entre tormentos oportunos e inoportunos”. Rara avis, se posicionaba como un equidistante: no sólo criticaba el gorilismo de Borges, sino que además recordó que Perón “tuvo profunda admiración por Mussolini y luego por el nazismo”. Asimismo, es un hecho de la realidad que perdió su cátedra en la Universidad de la Plata en el primer peronismo y que no fue precisamente un adherente al general. Todo lo cual no impidió que, con Perón en la cañonera, en las horas triunfales de Lonardi, Sabato dijese, convocado para hablar de literatura en Radio Nacional: “No puedo hablar de ningún tema mientras a poca distancia de aquí, en la cárcel de Las Heras, se está torturando a militantes peronistas”.
Veinte años después, el 19 de mayo de 1976, Borges y Sabato, levemente aproximados tras la muerte de Perón por Orlando Barone para los diálogos publicados en libro, concurren a la Casa Rosada a almorzar con Jorge Rafael Videla. No habían pasado dos meses del golpe de estado y, aunque perceptible, no había conciencia de la magnitud de la masacre. Con todas las críticas que se puedan hacer, el motivo del ágape no fue para departir sobre bueyes perdidos. El padre Leonardo Castellani quería reclamar por Haroldo Conti, secuestrado el 4 de mayo (el autor de Alrededor de la jaula había sido alumno suyo en el seminario). Al mismo tiempo, la SADE, en la persona de su presidente, Alberto Ratti, se interesaba en conocer el paradero de Antonio Di Benedetto. Como apoyatura, fueron Borges y Sabato. La versión de los amigos de Sabato dice que Castellani le pidió a Videla por Conti y que Sabato, y no Ratti, levantó la voz por Di Benedetto. Lo cual explicaría la dedicatoria de Di Benedetto en sus Cuentos del exilio, en 1983: “Al Premio Nobel de Literatura Heinrich Böll y al gran escritor argentino Ernesto Sabato, que bregaron por mi libertad en altas instancias”. A todo esto, a menos de 60 días de iniciada la dictadura, la excusa de grupos represivos fuera de control (Videla se la repetiría un año después a Patricia Derian, la enviada de Jimmy Carter) era aún creíble, por más que Castellani pudiese visitar a Conti en su lugar de cautiverio y darle la extremaunción
Conti sigue desaparecido, como se sabe, y eso prendió la mecha de una polémica con Gabriel García Márquez en 1981. El futuro Nobel recordó los cinco años del almuerzo en El Espectador de Bogotá y Sábato envió una extensa parrafada, remitiendo a las ediciones del 20 de mayo del 76 de La Razón y La Opinión. En su respuesta a García Márquez, el 14 de junio de 1981, cerraba diciendo: “No rechazo cualquier violencia ni cualquier revolución. Lamentablemente, la historia las exige en muchas ocasiones, cuando ya no queda ninguna esperanza, como ha sido en el caso de Nicaragua, donde por décadas una sola familia mantuvo la más infame de las tiranías, mediante la sangre y el suplicio. Pero sí rechazo de plano cualquier género de crimen terrorista. Este rechazo total es el que precisamente me autoriza a denunciar también los crímenes de la represión argentina”.
En ese 1981, Sabato ya se mostraba cercano a los organismos de derechos humanos, especialmente el SERPAJ de Adolfo Pérez Esquivel y reclamaba, particularmente, por los niños nacidos en cautiverio. “¿De qué son culpables estos inocentes absolutos?”, proclamó en una conferencia de prensa. Antes, en 1980, había firmado la primera solicitada de las Madres de Plaza de Mayo, junto a Borges.
Llegó la democracia, y con ella la CONADEP. Y el debate sobre si Sabato, en el prólogo del Nunca Más, fundó la teoría de los dos demonios. La clave pasa por el comienzo mismo del texto: “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países. Así aconteció en Italia, que durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante los tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio; y en ocasión del secuestro de Aldo Moro, cuando un miembro de los servicios de seguridad le propuso al General Della Chiesa torturar a un detenido que parecía saber mucho, le respondió con palabras memorables: “Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No, en cambio, implantar la tortura”. No fue de esta manera en nuestro país: a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos”.
Como erróneamente se cree, el prólogo no fue modificado. Desde 2006 el Nunca Más tiene una introducción firmada por la Secretaría de Derechos Humanos (es probable que el autor sea Eduardo Luis Duhalde, titular de la misma), donde se afirma: “Es preciso dejar claramente establecido, porque lo requiere la construcción del futuro sobre bases firmes, que es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado, que son irrenunciables”.
El prólogo de 1984 sentencia que “las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos”. No hay, entonces, “simetría”. Los grupos guerrilleros son, técnicamente, (y en particular después del 25 de mayo de 1973, cuando tras la amnistía sigue la lucha armada), asociaciones ilícitas. El concepto jurídico excede al Estado mismo cuando el Estado es envilecido al punto tal que la presentación de un habeas corpus podía costarle la vida a un abogado. La “simetría” tampoco es “justificatoria” si el párrafo habla de “el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos”. Más adelante se lee, por si quedaran dudas: “Tenemos la certidumbre de que la dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje”.
Volvamos al párrafo de la discordia: “un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda”. Y ejemplifica con el caso italiano, equiparando las Brigadas Rojas a la guerrilla. En contraposición a los secuestradores de Aldo Moro, nombra “formaciones fascistas”. ¿Quiénes serían esas formaciones fascistas en la Argentina? No ciertamente las Fuerzas Armadas, a las que el texto pone en acción el 24 de marzo de 1976. El prólogo, en su comienzo mismo, está poniendo la mira en la Triple A, no solo en el ERP y Montoneros. Si no, no se entiende que hable de terrorismos de extrema derecha y extrema izquierda. Pero la Comisión no lo podía decir abiertamente; hacerlo implicaba enfocarse también en el gobierno de Isabel Perón (la Escuelita de Famaillá, primer chupadero del país, es anterior al golpe del 76), quien había pactado con Raúl Alfonsín hacer la vista gorda a cambio de tener cierta gobernabilidad en los primeros meses de la democracia.
Yendo más allá, la teoría de los dos demonios, equiparando a militares y guerrilleros (y obviando a las tres A), es una creación radical previa a la CONADEP. La Comisión nació el 15 de diciembre de 1983; Alfonsín firmó dos días antes los decretos 157 y 158. El primero procesaba, en nombre del estado, a las cúpulas montoneras y del ERP. El segundo, a las tres primeras juntas militares. Pero la idea venía incluso de antes. En ocasión de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en septiembre de 1979, la UCR, tras la entrevista de Ricardo Balbín con los comisionados, señaló en un comunicado: “Repudiamos la violencia como método de acción política. Condenamos la guerrilla y el terrorismo que siembra destrucción y muerte. Repudiamos también la acción de grupos autónomos que, desde otro extremo ideológico, bajo el pretexto de ayudar a combatir al otro extremo, son responsables de excesos en la represión, violación de derechos humanos y también indiscriminadamente hacen víctimas”. Y a los pocos días, el mismo Alfonsín diría: “La Argentina está siendo empujada hacia un colapso ético por los partidarios de la violencia de uno u otro signo. La metodología del terrorismo constituye una expresión repugnante que el Estado debe sancionar. La actividad represiva del Estado no debe atentar contra la vida, los derechos y el honor de los ciudadanos. La sanción debe recaer sobre quien cometió el delito y nunca sobre sus familiares o allegados. Debe respetarse integralmente el artículo 18 de la Constitución Nacional, que exige procesos públicos, jueces identificables y sentencias fundadas”. Todo un alarde de principios liberales, que no se escuchó en los días del Operativo Independencia, cuando incluso violando el estado de sitio, los generales Vilas y Bussi prologaron el terrorismo de estado en Famaillá y no llevaron sus prisioneros ante los jueces naturales.
El prólogo de Sabato cierra así: “Se nos ha acusado, en fin, de denunciar sólo una parte de los hechos sangrientos que sufrió nuestra nación en los últimos tiempos, silenciando los que cometió el terrorismo que precedió a marzo de 1976, y hasta, de alguna manera, hacer de ellos una tortuosa exaltación. Por el contrario, nuestra Comisión ha repudiado siempre aquel terror, y lo repetimos una vez más en éstas mismas páginas. Nuestra misión no era la de investigar sus crímenes sino estrictamente la suerte corrida por los desaparecidos, cualesquiera que fueran, proviniesen de uno o de otro lado de la violencia. Los familiares de las víctimas del terrorismo anterior no lo hicieron, seguramente, porque ese terror produjo muertes, no desaparecidos. Por lo demás el pueblo argentino ha podido escuchar y ver cantidad de programas televisivos, y leer infinidad de artículos en diarios y revistas, además de un libro entero publicado por el gobierno militar, que enumeraron, describieron y condenaron minuciosamente los hechos de aquel terrorismo”. Al final del párrafo, sin nombrarlo, marca diferencias con El terrorismo en la Argentina, el abyecto libelo que los militares editaron cuando arribó la CIDH, detallando las acciones de la guerrilla e incluso inventando atentados inexistentes, cosa de inflar un volumen que ningún historiador puede tomar con seriedad, a diferencia del valor del Nunca Más. El problema es que Sabato le da entidad de documento creíble a ese libro, y que con lo de “nuestra misión no era la de investigar sus crímenes sino estrictamente la suerte corrida por los desaparecidos, cualesquiera que fueran, proviniesen de uno o de otro lado de la violencia”, da por sentado el “en algo andarían”, reduciendo el asunto a una cuestión de procedimientos en la represión.



Aún con los lineamientos que recibiera de la Rosada, aún con las críticas que se le pueda hacer a la CONADEP, el valor de su trabajo es enorme. Había miembros con familiares desaparecidos sin tener militancia (el hijo de Graciela Fernández Meijide), otros sí tenían parientes comprometidos (el hijo de Hilario Fernández Long en Montoneros), y los miembros religiosos habían hecho denuncias durante la dictadura, como el obispo Jaime De Nevares y el rabino Marshall Meyer. No había apologistas explícitos de la dictadura entre sus integrantes.
Achacarle a Sabato la paternidad de los dos demonios es obviar la línea directriz de la UCR, cuya crítica de la lucha armada bordeó, sí, la equiparación con la carnicería que cometieron las Fuerzas Armadas, al punto de que Balbín hablara de “guerrilla fabril” al referirse al sindicalismo de base. Sí se puede hablar de un hombre sinuoso, que no es lo mismo.

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