sábado, 31 de diciembre de 2011
viernes, 30 de diciembre de 2011
sábado, 24 de diciembre de 2011
viernes, 23 de diciembre de 2011
A Diez años del "que se vayan todos " por Luis Mattini
A diez años del “que se vayan todos”
(Diez años “de kirchnerismo”)
Por Luis Mattini
para La Fogata
“Yo, por el contrario, demuestro como la lucha de clases creó en Francia las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”
(Karl Marx “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”)
Por más racionales que seamos no podemos evitar cierto placer con los contactos mágicos de los tiempos. ¿Qué son sino los aniversarios, más aún cuando estos suman cifras redondas? Lo confieso, padezco parte de ese fetiche. Durante décadas nunca olvidé el 7 de noviembre de 1917 o el 24 de junio de 1935. La primera, ya fue, quedó olvidada en la historia; la segunda indica el 24 de junio se cumplen 76 años de la muerte de aquel que cada día canta mejor.
Ahora se cumple una década de los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001. Aquella noche que fuimos miles de personas del brazo marchando por la Avenida de Mayo convocados, no se sabe por quién, y al llegar a la plaza histórica, el grito unánime fue que al Estado de Sitio se lo metan en el culo…
Hay que detenerse en este no pequeño detalle. El detonante tuvo que ver con un sentimiento de libertad, por más que su fondo se encontraba en las penurias económicas. Luego gritamos que se vaya el Ministro de Economía, quien en efecto, renunció, pero lejos de conformarnos con eso, el grito siguiente fue “Que se vaya De la Rua” y al poco tiempo el helicóptero presidencial evacuaba al ex presidente de La Rosada. La multitud se quedó alborozada mirando como ese pájaro de hierro se llevaba al presidente más intrascendente de la historia nacional…entonces alguien gritó “Que se vayan todos” y la multitud se hizo eco de inmediato. Yo era parte de esa multitud y también me hice eco, intuí que tenía un significado inesperado.
Si, en efecto, yo, viejo dirigente confeso marxista leninista, que trabajé intensamente largos años para la construcción del partido revolucionario al modelo bolchevique, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), el único partido en la historia nacional que se propuso en serio tomar el poder, partido que, confirmando el aserto del Che, pagó con la vida tal intento. Lo fui hasta aquel momento; pero ahora no, ahora yo ya no era siquiera militante, ahora era un sobreviviente, era multitud.-
Entonces se lanzó una represión imposible de justificar contra miles de personas que demostraban pacíficamente, con niños, ancianos, inválidos y a hasta sus perritos. Sin embargo, parte de esa multitud se reagrupó varias veces negándose a abandonar la Plaza. Otro no pequeño detalle que no he visto suficientemente valorado: La gran cuestionada juventud salió a la calle. No los ordenados y uniformados militantes de izquierda con banderas más grandes que sus columnas. Estos eran los motoqueros y cientos de jóvenes, laburantes de oficios varios, estudiantes con dificultades, desocupados, cuyo enemigo principal es la policía. Eran los seguidores de los Redonditos de Ricota y también fulboleros que lanzaron batallas campales a las que se sumaron además insospechados ciudadanos de las más diversas ideologías que se sacaron el gusto de romper el vidrio de algún banco. Así se sucedieron y cayeron cuatro presidentes
Desde luego, en medio del río revuelto hubo provocaciones, manejo de internas, un intento de diversionismo que por momentos pareció enloquecer a la población del Gran Buenos Aires y muchas cosas más, pero no lograron alterar la esencia de esta poblada.
No hubo convocantes sino autoconvocatoria
No hubo "vanguardia" predeterminada ni permanente pero existieron elementos que iban a la vanguardia.
No se oyó la palabra "estrategia", porque no había estrategia.
No se admitió otra bandera que no fuera la Nacional
No estaban presentes las corporaciones, llamados comúnmente sindicatos.
Eran miles de personas en las calles que no podían ser definidas con las categorías clásicas. La palabra "multitud" sería la más apropiada para diferenciarla de "masa" (despolitizada) o incluso de "pueblo". (Palabra de tanto prestigio, tan abusada y de insospechado cuño burgués, en este caso politizada, si, pero en una dirección de proyecto común, bloque histórico. Recuérdese que fue la burguesía la creadora del gobierno del pueblo ) ¿O no recuerda que en mayo de 1810 se corría por aquel Buenos Aires la expresión: “El pueblo quiere saber que se trata”. La burguesía fue también la creadora del concepto de representatividad y por tanto, de acuerdo a la Constitución Nacional, el pueblo ni delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes. ¡Ah!! Y como si esto fuera poco convincente, los Estados socialistas que supimos construir, Cuba, La URSS, China, etc., copiaron al pie de la letra el modelo burgués.
Por eso es que, en cambio multitud expresaría lo multifacético, la unidad de lo diverso, politizado en el sentido de devolver la política a sus fuentes naturales, la que había sido expropiada por la profesionalización de la política, atrapada por el estado economicista.
Esos días de diciembre alguna gente militante creyó estar frente a una situación revolucionaria, pero no tuvieron en cuenta que las categorías que ellos manejaban, como las que manejábamos nosotros incluso, fueron elaboradas en la era de las revoluciones burguesas, en la constitución de los estados nacionales y no en vano el modelo universal fue la Revolución Francesa.
Pero hoy vivimos la llamada globalización, expresión de un capitalismo ahora en pleno desarrollo y, paradójicamente, en inevitable aunque largo camino a la decadencia. La sociedad atravesaba y atraviesa una plena crisis de representatividad. Lo dijimos y le repetimos; crisis de representatividad, no significa crisis de representantes.
Por eso esta crisis no la padecen sólo los partidos políticos de derecha: alcanza de lleno a los de izquierda pasando por el centro y a todas las formas institucionales que habían sido creadas como reflejo de la racionalidad de la sociedad industrial.(El sindicato se organizó como espejo invertido de la fábrica, con sus divisiones del trabajo sus jerarquías, su disciplina, etc.) En realidad todas las formas de organización actuales, incluso la del partido revolucionario, son un reflejo de la sociedad burguesa y la que está en crisis es esa sociedad. Por eso el “que se vayan todos” nos alcanzaba a todos.
Fue así como yo allí me sentí parte de la multitud, porque fui uno de esos “todos” que tenían que irse. Sólo que yo ya me había “ido” hacia un tiempo. Yo había renunciado cuando hube sentido que ya no podía “representar”, o sea ya no era apto. Es bueno recordar que la idea que el militante o el dirigente no debe renunciar, es un odioso contrabando introducido por Stalin en el marxismo a raíz de un momento de necesidad de la joven Revolución Rusa y muy repetido por el macartismo más burdo, que advertía siempre como un cuco, que quien entraba al partido comunista no podía salir sino muerto. La mayoría de los marxistas compraron semejante contrabando stalinista sin saber, o sin recordar , con terca amnesia, que Rosa Luxemburgo, dirigente del spartaquismo alemán, del cual yo soy discípulo indirecto, advirtió con tremenda y premonitoria angustia “Por favor, no hagan de la necesidad virtud” Se refería a la necesidades inmediatas del poder rojo de cercenar las libertades. El partido, por el contrario, es una libre asociación democrática y, por principio, una persona puede permanecer o irse, si ser cuestionada su moral. La resultante de esa estafa ideológica creada por el stalinismo son los secretarios generales, presidentes, o dirigentes transformados en vitalicios, quienes, como Fidel, o Perón, lejos de demostrar la fortaleza del movimiento, muestran su decadencia y debilidad, pues a la larga su gestión se burocratiza, o sea se estanca y además suelen no dejar reemplazos.
La gente, digo la multitud, se hartó no solo de los gobernantes, sino también de Altamiras, de los Echegaray o de las Carrió, que se van a jubilar de candidatos a presidentes de partidos “proletarios”, o pequeño burgueses, se asqueó de dirigentes sindicales eternos, de conductores de cooperativas vitalicios, o sea de representantes a los que pusieron en crisis la crisis de representatividad: la multitud no quiso ser más representada sino estar presente, y así durante meses copó las calles y las plazas al grito de “que se vayan todos” Y los necios de la izquierda en vez de irse, para dejar lugar a lo nuevo, vinieron más todavía, vinieron a hacerse cargo de las asambleas y todo ese, según ellos, “pernicioso” espontaneísmo, muchos convencidos de que había llegado la hora de ponerse al frente de las masas en acción.
La burguesía, en cambio, vio clara la crisis de representatividad, comprendió más rápido que toda esa manga de pretenciosos intelectuales que monopolizan el conocimiento y calientan sillas en la Universidades o ahora en la Biblioteca Nacional, la burguesía, digo, vio claro que esas consignas indicaban un estado de rebeldía que solo podía explicarse como el agotamiento de un modelo de dominación, específicamente expreso en la Constitución Nacional “El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes” O sea el pueblo pretendía deliberar y gobernar en forma directa.
Por eso fue que, ni lenta ni perezosa, como corresponde a una clase consciente de su papel, o sea una clase para sí, la burguesía se abocó – en medio de sus luchas internas, claro está - a restablecer la gobernabilidad, enmascarando la construcción de otro modo de dominación. Así, después de varios avatares internos se impuso el actual llamado kirchnerismo, una especie de bonapartismo venido a menos, que supo adecuarse a las circunstancias y crear un modo de dominación política, no basado en la representatividad sino en la contención social. Para ello contó, y supo administrar muy bien, con un periodo de excepcional bonanza económica dada por el modelo productivo impuesto por el menemismo.
¿Y que quedó del “que se vayan todos”? o quizás podríamos preguntarnos ¿Qué cambió? Pues, sin calificarlo podemos afirmar que la gente, la multitud, hoy no se siente representada aunque vaya a votar masivamente. Puede sentirse gobernada, bien o mal, según los intereses, pero no representada. La ausencia de una oposición digna de llamarse así, es su reflejo más evidente. Y, sobre todo, pongamos las barbas en remojo, por favor y pensemos…todas las identidades políticas quedaron debilitados o en vías de desaparecer, pero la consecuencia mayor fue para la llamada “izquierda” que sufrió la peor de las derrotas de la historia; literalmente fue diezmada. Pero no cayó en combate: fue comprada, seducida y asimilada por el gobierno. El triste papel del PO rogando unos votos para poner un diputado en el Congreso, mientras decenas de zurdos ocupan cargos políticos en el Estado, es la más lastimosa de las evidencias.
Es así como podemos afirmar que ni los que simpatizan con el gobierno, ni quienes están en contra se sienten representados. De modo que lo único novedoso respecto a 2001 es el agotamiento, posiblemente definitivo del sistema representativo, y su reemplazo temporario por este modelo contenedor. Y digo temporario, porque el modelo contenedor se basa en una determinada situación económica. Por ejemplo en Chile ya parece no andar. Y por aquí ya se vislumbran fuertes resquebrajamientos que se inició con la quita a los subsidios estatales
Si la representación está en crisis ¿Caeremos en la trampa de buscar nuevas formas representativas o nos atreveremos de una vez por todas a imaginarnos un sistema sin representación? No se trata de la democracia directa en abstracto, difícil de implementar en el estado nacional, sino de repensar el propio criterio de delegación en la propia praxis de búsqueda de nuevas formas de relaciones sociales. Es evidente que no tenemos respuesta teórica, pero al mismo tiempo es llamativo que nos encontremos en el mismo punto al que habían llegado Marx y Engels cuando analizaban el derrumbe del sistema de Hegel y la crisis de la filosofía clásica alemana. Empezaron a pergeñar el período de transición de dictadura del proletariado para desarrollar la imaginación hacia la gemenweiser , la comuna, como hipótesis de las formas sociales poscapitalistas. Es verdad, que el resultado final de la posterior puesta en práctica por Lenin de la hipótesis de la necesidad del periodo de transición resultó una catástrofe que le dio la razón al anarquismo… sería criminal insistir por ese lado…pero queda en pie de prueba la tesis de la gemenweiser .
Deberíamos recordar que nunca se pensó el socialismo dentro del estado nacional y, por el contrario, la paulatina extinción del estado. Sea como fuere, los fundadores del marxismo analizaron exactamente hasta allí donde daban los hechos del movimiento social. El futuro era imaginación.
Por eso es que para los que creemos que la historia la hacemos los hombres y no Dios ni un abstracto determinismo, creo que se abre la oportunidad de ver a fondo esta crisis de representatividad, que hace que la política ya no está ni el comité, ni en la célula del partido, ni el Parlamento, casi diría que ni en el gobierno, sino que está en otra parte. El gobierno administra, gestiona, mejor o peor, una política que viene de otro lado. Buscar de donde viene, buscar dónde está y encontrarla parece ser la tarea del día si pretendemos recoger lo mejor de la herencia de Guevara
Luis Mattini para La Fogata
sábado, 17 de diciembre de 2011
jueves, 8 de diciembre de 2011
miércoles, 7 de diciembre de 2011
domingo, 4 de diciembre de 2011
Ha fallecido David Mongomery creador de la "New Labor History"
David Montgomery, one of the founders of the “New Labor History” in the United States, who inspired a generation of activists and historians, died December 2. He was 84. David lived a remarkable life: blacklisted as a union organizer in the 1950s, twenty years later he was named Farnam Professor of History at Yale. Even as Farnam Professor he remained a deeply political animal, working with local labor activists, black and white, in New Haven and elsewhere.
I’ll never forget David’s story about how he became an academic. A communist labor organizer in the darkest days of McCarthyism, he spent “every single day through the 1950s” in factories—working primarily with the machinists’ union in St. Paul from 1951 to 1960. He started at Minneapolis Honeywell; the FBI got him fired. But, as he explained in a wonderful 1981 interview for the Radical History Review with Mark Naison and Paul Buhle, in order to get rid of him the company had to close the entire division—because of the workers’ sense that “an injury to one was an injury to all.”
He moved to smaller shops, always organizing, and always the FBI followed him and got him fired. “Finally,” he told me, “the only job I could get was in a shop with only one other worker. I organized that guy into the union—and the FBI didn’t get me fired.”
At this point, he said, “I realized they had me beat, so I quit and became a historian.”
He enrolled in grad school at the University of Minnesota and got a PhD in 1962. The next year he got a job as an assistant professor at the University of Pittsburgh. In 1967 Knopf published his book Beyond Equality, a pathbreaking study of the labor movement in the era of Reconstruction. Where historians focused on Reconstruction as a time when the North imposed its will on the white South, Montgomery showed how workers raised issues of economic power and economic justice in the North. Class conflict in the North, he concluded, “was the submerged shoal on which Radical dreams foundered.”
I’ve taught Montgomery’s Fall of the House of Labor (1987) many times, and it remains a rich and compelling work. While most of us preferred to focus on the glory days of the labor movement in the 1930s and 1940s, David looked long and hard at its defeat between the 1890s and the 1920s. He started here with a vivid picture of the variety of workplace experiences in America at the turn of the century, from unskilled workers on the docks to the elite iron makers; he showed how these diverse groups united to form the Socialist Party of 1912, which won a higher proportion of the presidential vote (for Eugene Debs) than any left-wing party before or since; and he asked why this immense and powerful organization did not survive the repression of the Red Scare and return to life in the 1920s.
David was always an organizer for labor and civil rights groups. When Yale’s clerical workers went on strike in 1984 for union recognition, “he was the inspirational leader for faculty supporting locals 34/35 before, during, and after the strike,” says Jean-Christophe Agnew of the Yale history department. “David’s firmness about solidarity and the honoring of picket lines emboldened many faltering colleagues, especially the more vulnerable junior faculty. He was a rock.”
In his Radical History Review interview, published in the Pantheon book Visions of History by MARHO, the Radical Historians’ Organization, Naison and Buhle asked him about his days in the Communist Party. The good thing about the CP, he said, even in the 1950s, was that “more than any other organization of the time, it was possible to link Marxist analysis to effective daily action.” And the CP was always working to unite black and white workers. The bad thing about the CP, he said, was that the intellectual life of the party was “stifling”; the creative work done by communist writers always came after they left the party.
He quit in 1957, after the Soviet invasion of Hungary—but mostly because at that point “the Party had become virtually irrelevant to the workers of America.” Minnesota at the time had a non-communist labor movement and a peace and civil rights movement, and “there I felt at home and could act without breaking stride.”
David Montgomery concluded his Radical History Review interview: “In this country, where the talents needed to run a humane society are all around us, what we need is not a single party but many self-activated centers of popular struggle and a variety of political initiatives. And all those centers of activity need to learn from history.”
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