Engels y el arte de hacer política
La nota sobre la ilusión del doble poder, que publiqué en este blog, se relaciona con una crítica a las tácticas basadas en consignas ultra revolucionarias, aplicadas en cualquier circunstancia. Esa crítica tiene una larga tradición en el marxismo, que lamentablemente es bastante desconocida. Por eso, hace ya años, llamé la atención sobre un texto de Engels, “Los comunistas y Karl Heinzen”, de 1847 (Engels, Escritos de juventud, FCE, 1981), que encara el problema. En esta nota quiero entonces comentar este texto, y mostrar su actualidad. Pienso que la cuestión puede ser entonces de interés para militantes del movimiento sindical o popular. El abordaje de Engels (que compartía Marx) implica una política alternativa a la que es hoy domina en buena parte de la izquierda, especialmente la trotskista. Esa táctica alternativa permitiría acumular fuerzas y organización en una coyuntura como la actual, en que no está planteada la posibilidad de encarar “ofensivas revolucionarias”. Empezamos explicando en qué consistían los planteos de Heinzen.
La política de Heinzen
Karl Heinzen, según el relato de Engels, había sido un funcionario liberal alemán, de bajo rango, que durante muchos años se había entusiasmado con las posibilidades de avances legales en Alemania. Dado que el régimen político no daba espacio a estas ilusiones, finalmente debió huir de Alemania, radicalizando sus posiciones. Como dice Engels, en ese entonces pasó del liberalismo “al radicalismo sediento de sangre”, y comenzó a proclamar la necesidad de una sublevación inmediata. Engels califica esta propaganda como “atolondrada y absurda”, se pregunta si “no daña en el más alto grado a los intereses de la democracia alemana” y si la experiencia no ha demostrado ya “su inutilidad”. En realidad, sigue Engels, Heinzen no ha hecho más que “exhortar y predicar” y agrega:
“Nos preguntamos si no es sencillamente ridículo esto de lanzar, venga o no a cuento, al buen tuntún, sin conocer ni tener en cuenta la situación, con voz tonante, intimaciones a la revolución”.
Heinzen centraba sus proclamas hacia la clase menos apta para iniciar la revolución, los pequeños campesinos, pero lo más importante para lo que estamos tratando es el método que empleaba. Es que Heinzen agitaba y prometía reformas sociales que, según Engels
“…son reformas muy parecidas a las que los comunistas proponen para preparar el camino hacia la abolición de la propiedad privada”.
Esto significa que las reivindicaciones que agitaba Heinzen no eran del tipo corriente, las demandas reformistas que levantaba el movimiento obrero bajo un sistema capitalista –por ejemplo, aumento salarial, reducción de la jornada laboral– sino se trataba de un tipo especial de reformas, las que tienen como fin preparar la abolición de la propiedad privada. Es que una lucha por aumento salarial, o por bajar la cantidad de horas de trabajo, no prepara el terreno hacia la abolición de la propiedad privada, ya que dentro de ciertos límites se trata de reformas asimilables por el régimen burgués. En cambio las consignas que Heinzen tomaba de los comunistas eran demandas tales como frenar la concentración de los grandes capitales, restringir el derecho de herencia, u organizar el trabajo por el Estado. Este tipo de exigencias luego aparecerían en El Manifiesto Comunista, agrupadas como las medidas de un programa transicional. Engels dice que “son, como medidas revolucionarias, no sólo posibles, sino incluso necesarias”. Pero Heinzen no las presentaba como preparatorias, “sino como medidas definitivas. No como medios, sino como fines”. No las relacionaba con una situación revolucionaria, “sino con una situación pacífica, burguesa” (énfasis agregado). Así, por ejemplo, en una situación de estabilidad burguesa, Heinzen agitaba a favor de la organización del trabajo por el Estado, y presentaba esto como una reforma en sí misma, que se podía lograr en el capitalismo.
Aquí podemos advertir una lógica en Heinzen que luego sería desarrollada por buena parte de la izquierda: si se demandan reformas que no se pueden lograr bajo el capitalismo, y las masas trabajadoras las toman con su movilización, se podría pasar de una situación no revolucionaria a una situación revolucionaria, y de allí a la revolución socialista.
La crítica de Engels
En primer lugar Engels explica cuál es, en su opinión, lo que debe hacer la prensa del partido. En este caso se trata del partido demócrata alemán, del que se reivindicaban Marx y Engels en 1847. Engels sostiene que la prensa del partido debería ante todo
“… razonar las reivindicaciones del partido, argumentarlas, defenderlas, rechazar y refutar las exigencias y afirmaciones del campo de enfrente”.
Esto es, la tarea no pasa por agitar a tontas y locas, sin razonar, argumentar, contestar las objeciones que hacen los enemigos. Hay que demostrar la necesidad de una consigna, sigue Engels, su relación con el desarrollo social y político, y muy especialmente demostrar por qué medios, de qué manera, las demandas pueden llevarse a la práctica. Por ejemplo, refiriéndose a la eliminación de la opresión política y social, el partido tiene que demostrar y explicar con qué instrumentos se pueden acabar. Y además debe investigar hasta qué punto es posible implantar esas medidas, y “de qué medios dispone el partido para ello”, así como a qué otros partidos unirse para lograrlas, si no tiene suficiente fuerza.
En otras palabras, Engels pone el acento en las condiciones para el triunfo de la consigna. Lo cual se aplica con doble razón a las consignas “que preparan el camino para la abolición de la propiedad privada”. La gran diferencia entre los comunistas y Heinzen residía en que los primeros no agitaban esas reformas como fines en sí, y además explicaban las condiciones en las que esas demandas podían triunfar. Más en particular, refiriéndose a las medidas de transición, aclara Engels que esas medidas
“… son posibles porque está tras ellas todo el proletariado puesto de pie, apoyándolas con las armas en la mano” (énfasis nuestro).
Agrega que son posibles a pesar de las dificultades que las acechan, precisamente porque
“… estas dificultades y estos males obligarán al proletariado a ir más y más allá hacia adelante, hasta la abolición total de la propiedad privada, para no perder lo ganado”
Para ver el tema con el ejemplo de la organización del trabajo por parte del Estado, Engels está diciendo que esta medida, si se quiere implementar de manera aislada, y en una situación que no es revolucionaria, tropieza con dificultades y es imposible de aplicar en un sentido progresista. Solo cobra significado revolucionario si enlaza con toda otra serie de medidas, de manera que se inicie una dinámica que obligue a ir más y más adelante, hasta terminar con la propiedad privada. Pero para esto es condición indispensable que la clase obrera esté en armas. Esto es, hay que tener en cuenta las condiciones de poder, de fuerza, bajo las cuales se pueden aplicar las reformas de transición. Si no se hace esto, sigue Engels, “si no se las relaciona con una situación revolucionaria, sino con una situación pacífica, burguesa”, estas medidas “se tornan imposibles y, al mismo tiempo, en medidas reaccionarias” (énfasis nuestro). Para seguir con el ejemplo, la organización del trabajo por un Estado burgués, en una situación pacífica burguesa, no tiene nada de progresivo (¿acaso no puede llevar incluso al fortalecimiento del propio Estado burgués?). De la misma manera, la abolición de la competencia, o poner trabas a la concentración del capital, dentro del régimen capitalista, implica volver a un romanticismo económico utópico. El famoso “control obrero” –tan agitado hoy– se transforma en colaboración con la patronal. En definitiva, la política “revolucionaria” se transforma en “reaccionaria”.
Es importante, por otro lado, destacar que Engels da mucha importancia a la argumentación frente a las críticas de los enemigos. No se trata de agitar a ciegas, sino de razonar y demostrar la posibilidad de aplicar la consigna. Por eso enfatiza que en la medida en que las reformas que agitan los comunistas no se presenten como parte integrante de un programa revolucionario, en una situación revolucionaria, es imposible responder a las objeciones de los economistas burgueses. Es que éstos pueden demostrar que las leyes del capitalismo acabarán con esas medidas supuestamente “revolucionarias”. Por ejemplo, el Estado burgués puede organizar durante algún tiempo el trabajo –hubo experiencias de este tipo, como los talleres nacionales franceses de 1848– pero al poco tiempo las cosas volverían a su cauce capitalista normal. Es que el trabajo será organizado por la relación capitalista, hasta que no se acabe con la propiedad privada de los medios de producción. Por lo tanto la consigna de organización del trabajo solo tiene sentido en el marco, insiste Engels, de una situación revolucionaria. Por eso las objeciones de los críticos burgueses
“… pierden toda su fuerza tan pronto se consideran las reformas sociales apuntadas como pures mesures de salut public, como medidas revolucionarias y transitorias…”
La referencia a las pures mesures de salut public se relaciona con la idea de que es necesario tener poder, como lo tuvieron los jacobinos durante la Revolución Francesa. Son medidas que, además, emanan “por sí mismas de la lucha transitoria entre las clases”. No son inventadas en un gabinete de especialistas, no son impuestas desde fuera del movimiento, porque se desprenderán del desarrollo económico y social “y del desarrollo de la consiguiente lucha de clases entre burguesías y proletariado”. De lo contrario, concluye Engels, estas medidas aparecen como “vacuas quimeras”, que “embrollan las cabezas” y la actividad de agitación se convierte entonces en “totalmente nociva y censurable para todo el partido alemán”.
Continuidad de este criterio en el marxismo
Este enfoque sobre las consignas de transición se plasma luego en El Manifiesto Comunista, donde su aplicación aparece subordinada “a la elevación del proletariado a clase dominante”; no como exigencias, como medidas representativas del “socialismo pequeño burgués” a ser impuestas al capital. En la “Circular de marzo de 1850” Marx y Engels formulan la táctica transicional de exigencias, pero no dirigida a un gobierno del capital, sino a un eventual gobierno de la pequeña burguesía jacobina surgida de la revolución, y con el trasfondo de las masas armadas y organizadas de manera independiente.
No es casual, por otra parte, que en la obra posterior de Marx y Engels no encontremos programas de transición, ya que no volvieron a enfrentarse a situaciones revolucionarias, con excepción de la Comuna. Por eso, cuando en los años ochenta del siglo XIX unos radicales agitaban en Estados Unidos por la estatización de la renta de la tierra, Marx se refiere a esta consigna como una de las “medidas de transición contenidas en El Manifiesto Comunista”, y explica que, como otras medidas similares, y tal como se explicaba en el Manifiesto, “son y deben ser contradictorias en sí mismas” (Carta a Sorge, 20/06/1881). Esto es, son medidas que por sí mismas no se sostienen, y exigen su aplicación de conjunto con un programa. Encontramos aquí el mismo razonamiento de Engels en su crítica a Heinzen. Por eso también Marx rechaza estas medidas calificándolas de “panacea socialista, derivadas del desideratum de los economistas burgueses radicals de Inglaterra”.
Como se habrá intuido, todo esto está atravesado por la importante cuestión –para pensar política- de la relación entre lo posible, por un lado, y la demanda y la táctica, por el otro. En este punto es necesario tener una visión dialéctica del asunto. Es que en política, decía Hegel, hay que evitar las especulaciones abstractas sobre “lo posible”, porque si nos olvidamos de las condiciones reales cualquier cosa puede ser vista como “posible”. Para evitar estas ensoñaciones vacuas –¿es lógicamente posible que todos los capitalistas se conviertan de la noche a la mañana en socialistas y renuncien a la propiedad privada?– lo posible, sigue Hegel, debe derivarse
“… del contenido, esto es, de la totalidad de los momentos de la realidad, que se muestra en su desarrollo como necesidad” (Enciclopedia).
Esto es, hay que estudiar el contenido de los procesos sociales, sus relaciones internas, su evolución y contradicciones, y con ello determinar qué es posible en cada situación concreta. Es lo que pedía Engels sobre el estudio de las consignas, de sus condiciones de aplicación, de su vínculo con la situación del movimiento de masas y el desarrollo económico y social. Y en este respecto hay demandas que son lógicamente incoherentes. Por ejemplo, Marx rechazaba la consigna de Bakunin de “igualación de las clases sociales” por ser “lógicamente imposible”, esto es, contraria de la naturaleza de la sociedad capitalista. Algo similar se puede decir de la demanda al Estado burgués para que aplique medidas de transición al socialismo. Se trata de una demanda incoherente, lógicamente imposible. Por eso la única forma en que esta demanda se “efectiviza” bajo el capitalismo es como parodia, como mera representación “del socialismo”. Por eso también esta consigna, así formulada, confunde y embarulla las cosas, como explicaba Engels.
Por otra parte hay consignas que no son lógicamente incoherentes, aunque pueden no ser aplicables por carencia de condiciones concretas. Por ejemplo, el control obrero sobre la producción es una medida lógica, pero siempre que se den condiciones concretas, como ser, una situación revolucionaria aguda, o un Estado de los trabajadores.
Se puede demostrar además que, Lenin tuvo el mismo criterio. Esto es, las consignas tienen sentido en relación a sus condiciones de aplicación. Por caso –y el argumento es de Lenin– podemos tener muchas ganas de establecer el control sobre Inglaterra, pero si no hay poder, esto es, una armada capaz de controlar, la consigna es abstracta, vacía, sin sentido. Por eso tampoco encontramos en Lenin la idea de agitar consignas de transición al socialismo en condiciones “normales” de dominación del capitalismo.
Otra manera de hacer política
Mucho de lo anterior puede tener relevancia como indicativo de otra manera de pensar y elaborar política, y de concebir la actividad de los marxistas, que la que impera hoy en la izquierda. Esto porque la agitación de consignas sin analizar sus condiciones de aplicación, sin vincularlas al movimiento y a las relaciones entre las clases, se ha convertido en una costumbre. Aquí se ha impuesto la idea de Trotsky, quien sostenía que no es necesario tomar en cuenta la posibilidad de realización de la demanda. Los trotskistas han elevado esto a teoría; y muchos grupos siguen este criterio, aunque no se reclamen de la tradición trotskista.
El cambio de Trotski con respecto al criterio de Engels es explícito. Casi como si estuviera polemizando en defensa de Heinzen, escribía en los años treinta:
“… cuando se trata de una reivindicación, sea cual sea (…) el simple criterio de la posibilidad de su realización no es decisivo para nosotros…” (…)
“…en determinadas condiciones es totalmente progresivo y justo exigir el control obrero sobre los trusts aun cuando sea dudoso que se pueda llegar a ello en el marco del Estado burgués” (Trotski, Stalin, el gran organizador de derrotas).
Pensaba que la lucha por consignas imposibles de lograr en el capitalismo llevaría a los trabajadores a enfrentarse al Estado capitalista y el sistema. Esto es, apostaba a un avance de la conciencia “en la práctica”. Esta idea está claramente expresada en el pasaje que sigue al anterior:
“El hecho de que esta reivindicación no sea satisfecha mientras domine la burguesía, debe impulsar a los obreros al derrocamiento revolucionario de la burguesía” (ídem).
Pues bien, ésta la forma en que hoy se piensa la política en buena parte de la izquierda Así, se lanzan llamamientos a pelear por cosas imposibles de obtener en el capitalismo, con la esperanza de que la clase trabajadora desemboque en la lucha por el socialismo. Existen muchos ejemplos: “disolución de los cuerpos represivos”, “reparto de las horas de trabajo por el Estado hasta acabar con la desocupación”, “control obrero sobre obras públicas”, y similares. Todas estas demandas, agitadas con insistencia en una situación no revolucionaria, siguen la lógica de Heinzen y Trotski.
En el límite, se llega al disparate
La aplicación sistemática del criterio “transicional” indujo a Trotsky a proponer el disparate político del control obrero del ejército, en las vísperas de la Segunda Guerra mundial. Su idea era que había que hacer la guerra contra Hitler “no a la manera de Petain, sino de los trabajadores”. Por eso el Programa de Transición propone “instrucción militar y armamento de los obreros y campesinos bajo control de comités obreros y campesinos”, y formación de oficiales salidos de las filas obreras, y elegidos por las organizaciones obreras. En definitiva, el control obrero del Pentágono. Ante una situación límite, como es la guerra, la política transicional llega al extremo en que desnuda su impotencia, e incoherencia. Estas propuestas, que encierran la ilusión de controlar al Estado norteamericano, jamás fueron cuestionadas por las organizaciones trotskistas, hasta el día de hoy. Pero alcanzadas estas cimas de la abstracción, cualquier política “ultra- revolucionaria” (en el fondo, ilusoriamente reformista), es posible. Muchos militantes y dirigentes de partidos se entrenaron, a partir de estos ejemplos, en esta forma de pensar las tácticas y consignas.
Conclusión
Lo que he buscado con esta nota es plantear la posibilidad de que se piense la política desde un abordaje distinto del que se ha vuelto común entre quienes se reclaman marxistas. Dado que las formas de hacer política que criticaba Engels hoy se han naturalizado, muchos piensan que si no se hace así, “no hay táctica ni política”. Lo cual implica suponer que Engels, Marx, Lenin, Rosa Luxemburgo y tantos otros que jamás defendieron la agitación de las consignas de transición urbi et orbe, ni llamaban a insurrecciones “al buen tuntún”, no habrían “tenido política concreta”. Pensamos que esto es insostenible.
Por otra parte sería bueno preguntarse qué resultó de la táctica Heinzen-Trotsky. ¿Dónde se dio que los trabajadores salieran a luchar por una demanda imposible de cumplir en el capitalismo, y a partir de allí una movilización adquiriera la dinámica de “escalera de consignas de transición”, con que se sueña? ¿Cuándo se ha registrado esto a partir de una situación no revolucionaria? La respuesta es que nunca. ¿Cómo es posible que avancemos queriendo generar la ilusión de que incluso el ejército puede ser controlado por los trabajadores? Por eso, lo que ha resultado de esta forma de agitación es desconcierto y desorientación del movimiento de masas, y desmoralización de parte de la militancia que durante décadas se dedicó a explorar este camino. ¿No será hora de reflexionar si los viejos escritos de Engels no tienen algo que enseñarnos?
Rolando Astarita , Buenos Aires 2010
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